‘Sacando cuentas en el desierto’
El Cuarto libro de nuestra Torá, nos invita a un recorrido particular. En los hechos, los tiempos y sus contenidos. En cuanto a los tiempos, tan sólo unos 20 días nos separaban de la tierra de promisión. ¡Veinte días no más para alcanzar la libertad iniciada un año atrás! Y no es poca cosa. Claro, cuando esos 20 días se transformaron en 38 años…Los hechos reflejan dificultades, cuando de personas, ideas y posiciones se trata.

En cuanto a los contenidos, nada más prolífico que un pueblo asistiendo a la Revelación de la Palabra de Su Creador –los Diez Mandamientos-, así como inaugurando un espacio de Santidad en medio de ese desierto: el Santuario Móvil o Mishcán, tema central en nuestra porción semanal. Claro, que la otra cara de la moneda espiritual, nos mostrará los antagonismos, las contradicciones y los opuestos: becerro de oro por aquí, lamentos por el agua y la comida por allí, ganas de volver a Egipto un poco más allá…
“Bemidbar” es un poco el libro de la vida del pueblo judío. De los relatos que hacen a esa vida. Y al leerlo, recorremos un poco de nuestras experiencias, de nuestros proyectos, de nuestros logros, de todo aquello que tuvimos –o tenemos- a veces al alcance de la mano y que no siempre supimos / sabemos apreciar.
“Bemidbar”comienza hablando de individuos a ser tenidos en cuenta. Para ello, superando todo censo poblacional estadístico, nuestra Torá propone un orden: “de acuerdo a sus familias, a sus casas paternas, de acuerdo a sus nombres”.
La identidad es el primer condimento en el seno de un pueblo. Es aquello que se dá pero que también se asume. No somos un pueblo por azar. Así nos vieron y nos quisieran ver-los que escriben la historia, los que dicen hacerla y los que quieren dictarla.
Ser judío es ante todo saber de dónde provengo. Allí el punto de partida. Y eso debe serme suficiente para analizar los tiempos, los hechos y sus contenidos que hacen a mi vida.
Sin ello, todo puede ser igual o por el contrario, puede no llegar a ser nunca. Referirse a una familia es identificar a los padres, y el resultado de la ecuación es: Un nombre, es decir mi propia identidad, reflejo de una pertenencia.
Ser judío no es una cuestión biológica. Se nace pero nos debemos hacer. Formar, educar, crecer, afirmarse en la cotidianeidad de los hechos, sus contenidos y todo en todos los casos, permitiéndonos el tiempo para ello. Cuando llegamos al presente Libro, todo el camino parece ponerse frente a nuestro horizonte, el individual como el colectivo. El desierto, ámbito donde se desarrolla Bemidbar precisamente, nos permite contornear la figura del pueblo judío en la extensión, y del hombre-familia en la intención.
Hay un orden, aún en las condiciones que todo desierto propone Hay una meta, más allá de los años en que tardemos arribar a la misma. Hay lugar para lo Sagrado, cuando el individuo vence la limitación del espacio material y le brinda al Eterno cabida en su interior, en medio de él… “VeShajantí betojám” afirmaba el Todopoderoso respecto del Mishcán: ‘Habitaré en medio de ellos…’.
Ser judío es parte de la Divinidad que habita en medio de uno, dentro de cada uno…
Así entonces las cosas en el transcurrir de nuestras vidas. ¿Cuántas metas pospuestas o resignadas? ¿Cuántos órdenes violados en aras de superar obstáculos aparentes? ¿Cuántos caminos trazados en arenas urbanas, que ni siquiera lograron dejar alguna huella?
¿Intentamos abrirnos a lo sagrado, creando espacios -espiritualmente probados- para ello? ¿Y nuestras familias? ¿Y qué de nuestras casas paternas? ¿Será también necesario inquirir respecto a los nombres?
¿Qué tipo de orden creamos durante el recorrido por la vida? ¿Y qué, nos preguntamos, respecto a los límites temporales que nos impusimos en nuestros ansiados proyectos? ¿Concluyeron ellos todos a su tiempo, u ocurrió, tal como en el desierto que algunos de ellos de tan solo ‘20 días’ se transformaron en‘40 años’?
Ser judío es responder a preguntas, últimas y primeras. E intentar respuestas.
Por ello es que afirmamos el contenido de este desierto. Ingrato tal vez en los aspectos climáticos, pero enriquecedor en el aprendizaje del vivir, del capear temporales y en el pulir a fondo, bien a fondo, los aspectos definitorios del carácter de una nación y del sentido común de sus integrantes.
Hay una verdad innegable: toda una generación quedará atrapada en sus cuestionamientos. La “generación del desierto” parece cobrar realidad en cada generación, si se nos permite la redundancia. Parece que el galut, la diáspora, ha clonado la idea, el concepto y hasta los resultados. Durante años el trabajo comunitario nos presenta a la nueva generación del desierto. Esto parecería ser halagueño. Hasta nos animaría a pensar en un revival de buenas épocas…
El desierto también es dueño de espejismos. Porque la generación del desierto es la que ‘deserta’; es la que se propone -sin que se lo pidan- dejar su lugar al que viene, sin haber siquiera, intentado quedarse con algún pedacito de ese desierto tan suyo.
Hoy volvemos a encontrarnos, tras tanta caminata, y una vez arribados a la meta -54 años del Tercer Estado Judío lo ameritan- con aquellos que desean ‘morir en el desierto’; aquellos para quienes el tren de la oportunidad judía ha pasado ya, e imaginan a alguno de entre sus descendientes reavivando el fuego no por ellos encendido alguna mañana o noche.
Ser judío no es dejar librado a la suerte aquello que necesariamente depende de mí y de nadie más que de mí.
Bemibar presenta contrastes como vemos. No somos muy experientes en esto de desiertos, pero los vimos en los blancos mapas que coloreábamos cuando chicos o adolescentes, o en cartografías de enciclopedias o en películas tal vez. Y todos se parecen. Sólo arenas, tormentas, noches eternas y mediodías rigurosos. Sed. Hambre. Soledad. Muerte…
Para Israel, para nosotros todos, nuestro 4° Libro, es todo desierto. No tiene un color definido. Pero posee un orden. Contiene vidas. Se puede en él saciar la sed y no solo del agua-; se puede en él, satisfacer el hambre y no solo de alimentos materiales-.
En nuestro desierto la soledad no cabe pues todo un “pueblo habita bajo la protección del Altísimo” -al decir del Tehilím 91-, y por tanto, no hay en él mortandad. Sólo hay etapas que se cumplen.
Generaciones que van y vienen. Y una Presencia. La del Todopoderoso en medio de un campamento que se habrá de movilizar o acampar, de acuerdo a lo que Él dictamine.
Ser judío en tiempos de Bemidbar, es poder recibir el reconocimiento de D´s, en vida. En la eternidad de los días. “He recordado en tu favor, la bondad de tus mocedades, el amor de tus esponsales; el caminar en pos de Mí, por el desierto, en una tierra jamás sembrada…” declara el Profeta en nombre de D’s al pueblo judío…
Superar el desierto en nuestras vidas, es darnos tiempo, proyectamos en hechos, saciarnos de contenidos.Arribamos a Bemidbar que ha sido traducido como “Números”. Para nosotros, es algo más que una simple cuenta. Sepamos por qué.
Rab Mordejai Maarabi
Ex Gran Rabino del Uruguay
Rabino de la Kehilá ‘Torá veJaim’, Ra’anana
Bet Midrash ‘Sifté Cohen’, Ra’anana
Ulpán Giyur «Mekor Jaim», en idioma español