29 de mayo de 2009
SECCIÓN: MORALIDAD y ÉTICA
Te encuentras en medio de una crisis. Pierdes tu trabajo o no consigues el ascenso que esperabas. Te encuentras con una condición médica que requiere un cambio radical de estilo de vida. Haces una mala inversión que te cuesta caro. Encuentras una relación importante en tu vida bajo estrés. Cualquiera de estos, o los mil otros sobresaltos que la carne es heredera, pueden sumergirte, sin previo aviso, en una crisis.
¿Qué hacer entonces? ¿Cómo sobrevivir al trauma y al dolor? He encontrado un pasaje bíblico que me ha resultado muy útil. No es uno obvio. No proviene del Libro de los Salmos, ese léxico del alma, ni de Isaías, el poeta laureado de la esperanza. En cambio, proviene del famoso y enigmático pasaje de Génesis 32 en el que Jacob, lejos de su hogar, lucha con un adversario desconocido y sin nombre desde la noche hasta el amanecer.
El contexto es importante: 22 años antes, Jacob había abandonado su hogar por temor a que su hermano Esaú, cuya bendición había recibido, lo matara. Ahora, cuando regresa, se entera de que Esaú se dirige a su encuentro con una fuerza de 400 hombres. Jacob, dice la Biblia, estaba “muy asustado y angustiado”, una frase inusualmente enfática en un libro que a menudo nos dice poco sobre las emociones de la gente. Jacob se convierte en un torbellino de actividad. Envía emisarios con regalos de rebaños y manadas, con la esperanza de apaciguar a su hermano. Reza a Dios para que lo proteja. Divide su campamento en dos, de modo que si uno es destruido, el otro pueda sobrevivir. La hiperactividad de Jacob no es sólo pragmática, ya que abarca todas las opciones. También es una medida del estrés que sufre.
Sabe que se encuentra ante la crisis que definirá su vida. Entonces se desarrolla la famosa escena: “Jacob se quedó solo, y un hombre luchó con él hasta el alba”. ¿Quién era ese hombre? El texto no lo dice. El profeta Oseas dijo que Jacob luchó con un ángel. El propio Jacob creía que estaba luchando con Dios. Llamó al lugar Peniel, “el rostro de Dios”, diciendo: “Porque vi a Dios cara a cara, y me fue perdonada la vida”.
La lucha de Jacob nos dice tres cosas. En primer lugar, la lucha se produce después de que Jacob ha hecho todos sus preparativos. La verdadera crisis, la crisis interior, nos pilla desprevenidos y sin estar preparados. Por mucho que planifiquemos con antelación, tengamos en cuenta todas las contingencias, ensayemos todos los escenarios, hay acontecimientos que nos toman por sorpresa.
Esa es la condición humana. Vivimos con una incertidumbre constitutiva. Quien teme el riesgo teme a la vida misma. “Una cosa”, dice el viejo refrán judío, “hace reír a Dios: ver nuestros planes para el futuro”. La libertad significa el coraje de vivir con lo incognoscible de antemano. Por eso la libertad es, en última instancia, imposible sin la fe.
La segunda es que la verdadera batalla que decide nuestro futuro se encuentra en el interior de nosotros mismos, en el alma. Si Jacob pudo luchar con éxito con Dios, entonces podrá enfrentarse a su hermano Esaú sin temor. Si podemos ganar la lucha “aquí dentro”, también podemos ganarla “allá afuera”. Eso es lo que quería decir Roosevelt cuando dijo en 1933, en medio de la Gran Depresión, que “lo único que debemos temer es al miedo mismo”.
Pero el tercer punto es el que ha marcado la diferencia para mí. Jacob le dice al extraño/ángel/Dios: “No te dejaré ir hasta que me bendigas”. De alguna manera, en cada crisis se esconde la gloriosa posibilidad de renacer.
He descubierto, y seguramente también lo han hecho muchos otros, que los acontecimientos que en su momento fueron los más dolorosos fueron también los que, en retrospectiva, más nos hicieron crecer. Nos ayudaron a tomar decisiones difíciles pero necesarias. Nos obligaron a preguntarnos: “¿Quién soy y qué es lo que realmente me importa?”.
Nos sacaron de la superficie a las profundidades, donde descubrimos fortalezas que no sabíamos que teníamos y una claridad de propósito que hasta entonces nos había faltado. He aprendido a decir ante cada crisis: “No te dejaré ir hasta que me bendigas”. La lucha no es fácil. Aunque Jacob no fue derrotado, después de ella “cojeó”. Las batallas dejan cicatrices. Sin embargo, Dios está con nosotros incluso cuando parece estar contra nosotros. Porque si nos negamos a soltarlo, Él se niega a soltarnos, dándonos la fuerza para sobrevivir y emerger más fuertes, más sabios, más bendecidos.