Canto de amor, cantos de vidas
El tiempo de Shabat Kodesh arroja en medio de la rutina de nuestro vivir un intento renovado de percibir –de sentir- como lo diferente puede tener un lugar entre nosotros. Ocurre que lo común pretende ocupar más -¡mucho más!- de nuestras vidas… Y no está mal. Porque cuando logramos apreciar los contrastes –esos claroscuros que nacen en el mundo de la Creación y se transportan día por día a los hechos de nuestro hacer y vivir- es tal vez cuando captamos lo maravilloso de lo que somos, de lo que significa nuestra vida y la de los demás.
“¡Ma iafit u-má na’amt, ahavá ba-ta’anuguím!” expresa el amado envuelto entre los rocíos del amor, que lo cubren cual mágica sombra del día…inseparable compañera de su caminar, de su recorrer la vida en busca del encuentro. Porque el encuentro es espera. Y el encuentro es descubrimiento. Es cuando los amados develan lo invisible. Es cuando la amada despliega su belleza sin igual que asombra… pues la sombra del amado puede ‘asombrarse’. Allí nace la espera que se torna gratitud y que trae entre sus brazos, el abrazo del tiempo. Del tiempo eterno del que ama.
‘¡Cuán bella y agraciada eres, oh amor deleitoso!’ reproduce una y otra vez el eco del amor entre los sonidos del silencio que aguarda. Poder descubrir lo bello, es lograr penetrar lo incógnito del ser. No es la belleza física la que pondera el amado. ‘Iafit’, conjuga el placer del ver. Impone –como su raíz lo insinúa- el poder sustraernos de los aspectos exteriores para entonces, solo entonces, poder ver. Descubrir o revelar lo que eleva. Lo que lleva al tiempo de ‘ne’imut’ –lo agradable- que hace del amor, el placer del dar y del recibir… “Ta’anuguím” es plural. Y conjuga la capacidad de ser de a dos. Vivir de a dos y percibir que sólo junto al otro, cada uno alcanzará la plenitud del ser.
Sará –nuestra madre- alcanzó etapas singulares en su vivir. “Cien años, y veinte años y siete años” en el relato de sus días, que nos trae –no sin un dejo de nostalgia- nuestra sagrada agenda semanal. ‘Culám shavím le-tová’ agregará Rashí en su comentario, para decirnos que allí, en el final, sólo podemos descubrir principios. Principios que reglaron la vida fecunda de seres fecundos. Los ‘veinte años de Sará’ –a quien conocimos desde una edad adulta- parecen hoy revelarse ante nuestros ojos. Y saber de su belleza incomparable. Cosa que supimos por Abraham, en su descenso a Egipto y en su habitación en Guerar. ‘He aquí que ahora yo sé que mujer de bello aspecto eres…’, permanece como un eco en tiempos de la ausencia.
“Iafá une’imá” adjetiva nuestro Shir haShirím a la amada. Porque ese ser, posee en su dimensión íntima una belleza sin igual; porque ese ser, cuando camina las calles del hacer cotidiano, esparce de su dulzura por doquier, sembrando el bienestar de propios y ajenos. Así Sará Imenu…“¡Ma iafit u-má na’amt…!” reverbera como eco nuestro Cantar al develar su imagen por entre los estrechos senderos del recuerdo, de la evocación del amado. De sus amados. Pues cuando la ‘belleza’ se acompaña de hechos agradables, los aromas del amado parecen inundar cada hoja del relato; nos invitan a sumirnos por entre esas fragancias –cual incienso- que se elevan hacia lo Alto, en búsqueda del encuentro con la eternidad. Pues sólo cuando podemos dibujar los rostros amados en la expresión de su dar y recibir, allí es cuando los gestos anuncian que ellos, los amados de la vida, permanecen para siempre entre nosotros…
“Zot komatej dametá le-tamar…” afirma el rey entre sus cantos, sumándose a los amantes de todas las épocas. ‘Parecido es tu talle a la gallarda palmera…’. El amor a al distancia cuantifica. Pondera. Sará nuestra madre –ignoramos su talla-. A nadie preocupa su apariencia externa, como ya lo sabemos. Sin embargo, cuando el relato pasa a ser eje de la vida; cuando queda entre nosotros el poder traer al presente la ‘figura’, la asociamos, junto a rey en su Cantar, con la ‘gallarda palmera’. ‘Komatej’ habla de estatura. La altura que ese ser alcanzó en su recorrer por los días. Y de la palma, habremos de extraer el fruto más dulce…el más sabroso. Aquel que lleva dentro al miel y por fuera, la condición de la solidez… Cubierta y contenido.
Ahora podemos saber, tal vez, algo más de Sará…Lo bello y lo agradable, se conjugan en un sabor único. En el deleite del hogar. De cada uno y uno de sus hijos. “Henika baním Sará” nos decía la Torá la semana anterior. ‘Y amamantó de sus pechos a muchos hijos, Sará…’. Entonces, decíamos, la elección de nuestro canto, parece coincidir con ella. Junto a ella… “…Ahavá ba-ta’anuguím!” concluye nuestro versículo. ‘¡Amor de deleites, de placeres inconmensurables!’…
Y así como la gallarda palmera, Sará, desplegó sus ramas. Extensas, fuertes, hermosas. Desde donde sus hijos en tiempos del ser libres y habitar en la ‘Sombra de la Fe’ –así le cabe el nombre de nuestra Sucá-, tomarán de sus ramas, para hacer de las especies de la vida, el eje de su hacer, de su cantar y bendecir… “Lulab”, no es más que esa hoja de esa gallarda palmera. ‘Lo leb’ podríamos leerlo. ‘Que tiene corazón’… Porque eso atesora la existencia de Sará. Su corazón. Y como esas hojas-corazón, así su vida: dirigida hacia nosotros, sus hijos…Así como esas hojas de la palmera, se inclinan desde su altura sin igual, y miran –anhelando- acariciar la tierra. Quedarse entre sus hijos, para darles más de su amor, de su dulzura, del deleite que significa su presencia, entre los tiempos de la eternidad…