“Por aquellos que amé…”
“Hinaj iafá ra’aiatí, hinaj iafá ‘eináij ionim…Hinejá iafé dodí af na’ím; af ‘arsénu ra’ananá…”.
Finalmente el amor es descubrimiento. Es dejar abrir las compuertas de un alma sedienta para
ver… Para dejar entrever, entre las bisagras del afecto y la pasión, ese movimiento delicado y
sutil que deja franquear sonidos distantes de latidos próximos. Cuando puedo percibir la
presencia del otro, toda mi presencia se transforma. Cobra un nuevo sentido, se muestra plena y
sensible a su llamado. Se deja llevar entre sedas inmaculadas hacia el encuentro de ese otro, que
espera…Que aguarda por mí. Aquel que me guarda…

‘He aquí que eres hermosa mi amada, ¡he aquí que eres bella y tus ojos tan simples como los de
la paloma…! Tu sí, mi amado, eres esbelto y agradable; y nuestro lecho es lozano y vigoroso…’.
Un ir y venir por las avenidas del amor que reconoce y quiere. Nuestro Cantar nos invita a
descubrir, decíamos, y rubricar, con las palabras más simples, aquellos sentimientos inigualables
que nacen del observar al prójimo y desear más y más su presencia. Amar es dejar hablar al corazón. Es permitir dejar oír sus latidos que enhebran frases majestuosas que anudan el vínculo.
Lo fortalecen. Y no dejan que se vaya jamás… Aún después de los días del vivir y del amor.
Los amados se descubren por identidad. Ella, a quien la belleza le ha impuesto su color. Él, a
quien la esbeltez de sus actos han definido su condición. La amada es ponderada por sus ojos. El
amado, por su accionar y su decir. Identidades que caminan sobre almas puras que descienden
hasta lo recóndito de cada ser y mostrarnos –demostrarnos- como pretende nuestro Shir animar
a los que aman a ser por el otro, a ser por los demás… Sólo así, el amor supera la muerte y se
transfunde hacia el intersticio vital del ser. De los que serán a partir de ese amor. De los que
vendrán… Porque el amor del Cantar, querido lector, es velar por el presente –aquel que está
junto a mí hoy, y por eso es presente, es decir un regalo-, pero el amor verdadero es develar el
futuro… De aquel que sobrevendrá. En quien los ojos de la amada volverán a ver, y en el cual las
manos y la boca del amado, intentarán tornarse palabra y acción…
Al ingresar entre los versículos de Perashat Jukat, la lectura del presente Shabat, una rara
sensación invade cada letra a escribir. Celebrar la vida, evocar la muerte. Intentar no sin pocos
escollos, atisbar hacia un más allá, para poder comprender. E intentar ver con más claridad, los
claroscuros que despiertan los asombros entre nosotros, los pequeños seres humanos…
Asombros que habitan a la sombra de lo incógnito; que se debaten entre neblinas de perplejidad
y que no nos dejan –tal como los amados-, descubrirse y reconocerse tan lúcidamente en su
cotidianeidad…
La amada, Miriam. El amado, Aharón, su hermano mayor. Kadesh, soledad que se hace desierto,
indicará el nombre para una ausencia. La llanura del silencio. Miriam, la amada, mujer bella cada
día; mujer dotada de esos ‘ojos como los de la paloma’ que define el Cantar, y que nos hablan de
esos luceros atentos al devenir del amor diario. Esos ojos que divisaron a su pequeño hermano
entre los juncos de un mar de la muerte. Ojos que avistaron y cuidaron. Ojos guardianes. Ojos de
amor. Miriam deja el espacio vital del amor, para tornarse recuerdo.
Hor haHar, una geografía que se duplica entre su esencia de montaña, para atesorar los días de
un hombre, el amado, que fue como esa montaña… Cumbre de amor y de entregas. Cima que se
supo elevar hasta los altos Cielos para acercar el beso del Creador a cada creatura. Aharón, el
amado, aquel ser esbelto y agradable; aquel cuya compasión y amor supieron conjugar siempre
el tiempo presente entre los propios y ajenos. Será el tiempo para Aharón de dejar los espacios
terrenales también…
Dos vidas singulares. Dos historias únicas. Porque cada ser humano es único… Y allí están los que
se amaron vida y que en la muerte ‘no se separaron’… Identidades que caminan sobre almas
puras que descienden hasta lo recóndito de cada ser y mostrarnos –demostrarnos- como
pretende nuestro Shir animar a los que aman a ser por el otro, a ser por los demás… Sólo así, el
amor supera la muerte y se transfunde hacia el intersticio vital del ser. De los que serán a partir
de ese amor. De los que vendrán…Así lo definíamos más arriba… Y bien vale tomas nuestras
propias palabras para aplicarlas una y otra vez a esa parte de la historia del ser que conforma
nuestra propia historia… La de cada uno y uno del pueblo de Israel que se sumerge entre las
arenas de ‘Kadesh’ y comprende ya que no se trata de un desierto… De nosotros, que habremos
de elevar las miradas hacia aquella montaña, una montaña que parece denominarse como
‘doble’ –Hor haHar. Entonces, abrigaremos en el corazón la esperanza de lo sagrado y los consagrados. ‘Kadesh’. Y podremos abrir los ojos un día y despertar entre la intimidad de una
montaña y descubrir los que amamos… Aquellos que nos transfundieron la santidad del ser y
quienes ante nuestras pequeñas miradas, semejaron siempre ser tan gigantes como esa
montaña… Entonces, el amor es algo más que un canto. Es la llave maestra que abre la capacidad
del ver… Del divisar hacia lo lejos. Hacia lo eterno…y unirse en un beso con la eternidad.
¡¡Shabat shalom umeboraj!
Mordejai Maarabi