Persecución vital…
Enseñaba el gran maestro, HaRab Kuk, en una de sus inspiradas tardes de Shabat, durante la tercer comida del día que “así como el pueblo de Israel fue ordenado de instalar cortes de justicia en cada aldea y en cada ciudad, así también los hijos de Noaj recibieron el precepto Divino de crear tales cortes de justicia en sus propias ciudades y zonas urbanas”.
Sin embargo, acotaba el sabio, está escrito en los Salmos –‘maguid Devaráv leYaacob’– es decir, que D’s ha transmitido Su Palabra a Yaacob, cosa que nos hace dudar acerca de sobre quién recae verdaderamente esta obligación de implementar el precepto. ¿Son ambas poblaciones, la universal o general y la judía o particular, o tan sólo una de ellas? ¿Cómo precisar la realidad enseñada por los amoraítas del Talmud, en el tratado de Sanhedrín?
Una primera respuesta es la que nos dice que sobre los hijos de Noaj, incluidos en los “Siete Preceptos” ordenados por D’s a la humanidad toda después del diluvio, recae la mitzvá que tanto cortes y jueces existan como tal, más allá de la calidad del juicio y la justicia, que será evaluada y medida por el discernimiento de los jueces de turno.
En el pueblo judío, este deber tiene una lectura diferente. A los jueces de Israel se les ha encomendado el arte de la justicia –saberla en profundidad a fin de dictaminarla- así como los aspectos particulares del juicio y su imposición en el medio social. De allí David el rey, cantó desde sus Tehilím a su amada Jerusalém como el lugar “donde se asientan los tronos de la justicia, los tronos de la dinastía de David”.
No hablaba el rey del espacio físico, sino del tenor del lugar, del saber de sus ocupantes y de la incumbencia de la casa real con el espíritu de la justicia… Es a partir de allí que David se animó a afirmar que el Todopoderoso ‘maguid Devaráv leYaacob, Jukav uMishpatav leIsrael’, o sea que El Creador ha ‘dicho’ –el detalle, el conocimiento íntimo y el compromiso eterno- de Su Palabra, Sus Leyes y Sus Juicios a Israel-, para cerrar su idea, rubricando el versículo con ‘Lo asá jen lejol Goi, uMishpatím lo iedaúm…’, es decir, que HaShem no ha obrado así con todo otro pueblo, y Sus Juicios no los ha enseñado a ellos de modo que los sepan.
Comentaba el extinto sabio Rab Moshé Tzví Neria, que “aún algo más dijo el Rab Kuk: ‘podemos notar también, que el accionar de los hijos de Noaj en los hechos de la justicia, el conocimiento y la implementación pormenorizada de la misma procede de una realidad natural –digamos un estado natural-, mientras que en el pueblo judío, dichas leyes se hallan limitadas a partir de la santidad de las palabras de la Torá’”.
De aquí aprenderemos que si bien los hechos de la justicia están entregados en manos de los hijos de Noaj, de acuerdo al nivel de rectitud de los jueces, que anhelen un estado de justicia y corrección moral, este aspecto se irá modificando en función de la realidad a vivir…Pero Israel, a quien le fuera entregada la Torá eterna, ella es la fuente para que dicha justicia mire siempre por el bienestar de las personas y el estado.
Hace una semana atrás, al concluir nuestra sagrada Torá leíamos en VeZot haBerajá que Moshé Rabenu había ‘plasmado la Justicia Divina entre nosotros’ –“Tzidkat HaShem asá”-. Esa realidad acompañó al pueblo judío desde siempre.
En los Tehilím, por otra parte, podemos concebir la segunda idea: D’s habrá de juzgar al universo con Justicia – “Ve-Hú ishpot tebel beTzedek”…
Aquí tenemos dos definiciones, dos formas de ver la vida y la instalación de la justicia: Mishpat Tzedek –el juicio justo- y Tzidkat HaShem, la justicia Divina.
“Sheva mitzvot nitztavú Benéi Noaj…al haDiním…”, afirmaron nuestros jajamim. Los hijos de Noaj fueron ordenados en Siete Preceptos, uno de ellos, la Justicia.
Los hijos de Noaj, al renacer el mundo en sus días, deben procurar hacer de el, un mundo viable. Corregir, enmendar, conectar lo interrumpido, el vínculo entre los hombres, la aproximación a la Imagen de D’s. Para ello deben procurar instalar un orden en la vida social. Esta es la justicia que requiere el mundo para sobrevivir, una suerte de justicia inferior –Tzedek tajtón-.
La justicia, las cortes, los juicios en Israel deben su fuente a la Justicia Divina. De allí abrevan su saber, su hacer, su vivir de acuerdo a lo establecido. Una suerte de Justicia Superior –Tzedek Elión-.
Es a partir de esta realidad que afirmaron los maestros del Talmud que “todo juez que juzga un juicio verdadero…se le considera como si hubiera sido el socio de D’s en la Obra de la Creación”, y junto a ello, “hace que la Shejiná se repose sobre el pueblo de Israel”.
Sin embargo, para que lo Superior se manifieste, necesita de un recipiente, de un contendedor en la esfera terrenal. Los ideales no sobrevuelan la historia si no es porque hay hombres reales que los piensan, los imaginan, los proponen y los llevan a cabo. Allí la fuente. Allí el origen. Los hijos de Noaj no son solo esperanza. Son la posibilidad de tornarse en recipientes por donde fluya el sentido de la justicia inferior. Una justicia que camina y recorre los laberintos humanos de la incomprensión, la desesperanza y la dejadez. La desnudez finalmente de un mundo que sucumbe ante los totalitarios de turno.
“Ki tzadik HaShem, tzidkot ahav…” cantaba David. El Creador es justo, y ama los hechos justos. Y exige simultaneidad en la acción. Un mundo posible es cuando hay contenidos y hay continentes. Cuando el hombre se puede vestir de justicia y sin temor alguno, reclamar por el lugar de la misma. Una justicia que surja de la naturaleza propia de cada hombre, una justicia que pueda merecer abrevar la santidad –es decir- la pertenencia exclusiva al ámbito de los humanos, pues la Torá es patrimonio del hombre total y general, para después darse un beso con la paz.
Los hijos de Noaj son depositarios del futuro. Israel, la memoria de cada presente. El compromiso del porvenir, procederá de una buena lectura del pasado.
Justicia en todos los tiempos. Justicia para todos los hombres. Justicia en todos los planos. Justicia es la mitzvá. Cuando puede crear un encuentro, cuando debe estar en cada lugar. Cuando la queremos.
Tal vez ahora, querido lector, podamos tener más claro aquella exigencia que la Torá propone en las postrimerías de sus escritos: “Tzedek, Tzedek tirdof…” –‘Justicia, justicia perseguirás’… Imagino entonces una carretera celestial desde donde asoma la Justicia Superior, y diviso una avenida principal, aquí entre nosotros, por donde circula –sin escollos y sin demasiados ‘choques’- la justicia inferior. Tzedek (elión), Tzedek (tajtón), habrás de perseguir siempre en la vida…
¡¡Shabat Shalom uMeboraj!
¡¡Shaná Tová uMetuká!!
¡Tizcú leShaním rabot!!
Mordejai Maarabi